Noviembre de 1823
Joaquina ha pasado toda la mañana al lado del cadáver de su
padre, Pepe Plana Ortiz, junto a su madre Josefina Riquelme Soler. A pesar de
sus nueve años de edad percibe el alcance de lo que sucede. De vez en cuando le
aborda la idea de que no verá más al que ha sido protector y referencia para
ella. Y eso le hace llorar sin ruido, apenas con sollozos. La pobreza y la vida
en precario ha mantenido unida a la familia. La atribución de responsabilidades
que le han hecho para la atención a sus
hermanos menores, es la segunda y son seis en total, ha forjado una unión
natural entre sus padres, sus hermanos y ella. Atribución que ha asumido como
algo necesario y natural.
El vínculo con su padre se ha producido, por una parte, como
la necesidad de protección en un entorno duro y adverso, en el que no siempre
se tenía ni lo elemental para el sustento, y por otra parte como consecuencia
del roce cotidiano, de las palabras, los gestos o las caricias que constituyen
esa constelación de expresiones y complicidades que es la paternidad a ese
nivel. Lleva un vestido, a un palmo por
encima del tobillo, que malamente cubre las ronchas que no ha tenido tiempo ni
interés por lavar a fondo. Los mocos del refriado sempiterno, debido al clima
húmedo y frío de la huerta, se acumulan con las lágrimas y desbordan las
narices hasta el sorbido sonoro e instintivo de vez en cuando.
A su padre se lo ha llevado un resfriado mal curado, una
infección de bronquios que se ha complicado y para la que no han tenido
remedio. Los pobres no tienen médico ni
medicinas adecuadas. Las madrugadas de invierno para aporcar apios, con
escarcha, o las noches en vela para vigilar la tanda, a jornal, han ido
socavando su organismo y sus defensas, junto con la escasa y deficiente
alimentación, la falta de ella. No tenían más tierra que la replaceta de una
vivienda a rento, ni más riqueza que sus manos.
(...)
Julio de 1830
Joaquina a sus dieciséis años sigue viviendo en
lo que hoy es la Ermita del Rosario, en plena huerta. Es un día cálido y
húmedo, donde por las noches tras largas vigilias, los sueños adolescentes son
tormentosos siempre.
Joaquina es una muchacha hecha, de formas
protuberantes, ojos chispeantes de alegría, y boca locuaz, de labios carnosos.
Es viva y ocurrente. Siempre dice cosas que parecen abrir el camino a ignotos
terrenos y experiencias de una sensualidad que incita a ser descubierta. Para
los chicos es provocadora.
Tomás su padrastro es un hombre recio, con
unas ideas muy claras sobre la moral y la conducta de las mujeres, y de los
hombres también. Pero sabe que son aquellas las que quedan embarazadas y de ahí
vienen los problemas. Por otro lado están los hijos de él. Siempre son
inevitables las comparaciones entre muchachos inmaduros y niños con un trato
que no siempre es comprendido por aquellos.
En una siesta tórrida del verano murciano, su
padrastro la sorprende con su primo Antonio. Están en el pajar, entre gavillas
de alfalfa seca y olorosa. Él le acaricia con fruición, cegado por los sentidos
y con furia.
(...)
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El libro Caradoc está disponible en Amazon, se distribuye en Internet y en librerías. A partir de ahora, para no crear duplicidades con la versión completa, sólo publicaré en este blog, y en los demás de este proyecto, aquellos fragmentos que crea más interesantes, o que guarden alguna unidad.


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