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Capítulo 8. Un café de cante en Cartagena (fragmento)



El juego se consuma y se repite varias veces en una larga noche. Ella agradece en su fuero interno que no se trate de ese hombre que entiende este tipo de encuentros como una manifestación de superioridad y, como mínimo, exige una posición de entrega y de sumisión casi obscena moralmente, valga la precisión, o que a veces llega al trato de palabra con insultos y menosprecios, con conductas humillantes, las que a veces llegan al maltrato físico.

Esa compenetración propicia, en este caso, una comunicación especial, como evocación o parábola de lo que podría ser una auténtica relación amorosa. La situación se ve favorecida por las caricias del oficial, sus miradas, sus halagos y sus palabras de agradecimiento por el placer proporcionado.
En ese clima Julián no puede evitar la pregunta:

- ¿Y cómo una mujer como tú, tan bella y tan gentil, de tan buenas maneras y con tanto tacto y sensibilidad ha venido a dar en un sitio como éste?

Ella le explica su pasado de hambre y miseria y cómo se fue de su casa en la Senda de los Garres. Igual que ha sucedido con tantas otras mujeres que impulsadas por la pobreza han ido a terminar en una casa de citas ejerciendo la prostitución, con mayor o menor fortuna en mejores o en peores situaciones. Ella está contenta, dentro de lo que cabe, porque ejerce con autonomía esta profesión. No tiene chulo ni nadie de quien dependa. Se relaciona directamente con los clientes y da una parte a los gestores del café, además de cobrar por su trabajo como bailaora y como animadora. Y de su comisiones por los consumos de bebidas. Lleva una contabilidad rudimentaria. Sabe las cuatro reglas que aprendió en el poco tiempo que asistió a un maestro de la huerta que a cambio de pago en especie, en hortalizas, frutas y algún que otro pollo y presente de la matanza le instruyó en leer y  escribir, con muchas faltas, a sumar, a restar y poco más. Como gesto de confianza le muestra los numerosos papeles de estraza, escritos con lápiz de tinta, donde lleva las anotaciones de las cantidades recibidas y entregadas. Esta economía le permite comprar afeites y ropas para realzar su ya agraciado aspecto, y confiesa que aspira a aplicar esa facilidad para la economía que Dios le ha dado para administrar un hogar y una familia que es su verdadera aspiración. Incluso tiene una cantidad reservada para limosna en la Virgen de la Caridad, cuya imagen está a pocas manzanas en la Iglesia frente al Hospital de la misma advocación, a pocas manzanas de donde ella vive, en la Calle de la Concepción, y cuya vista le inspira especial compasión y devoción.

- Si el Señor perdonó a María Magdalena ¿por qué no va a hacerlo conmigo? La piedad del Señor es infinita, igual que su comprensión. Él me ayudara a que supere esta situación, y yo se lo agradeceré.

Joaquina sigue contándole cómo el coraje, el despecho y la vergüenza le empujaron a abandonar la casa de su madre. Y cómo buscó trabajo en Murcia, donde sirvió como criada, primero en tareas de asistente para todo en una familia de comerciantes del barrio del San Bartolomé, trabajo facilitado por una amiga de la huerta que hacía tareas de limpieza en la ciudad, yendo y viniendo todos los días. Ella por el contrario, como no tenía donde ir, aceptó el trabajo interna. Prácticamente trabajaba a cambio de alojamiento y manutención, pero tampoco podía exigir más. Allí conoció el trato con la gente de la ciudad, a veces completaba las tareas domésticas con recados a la tienda, o con el transporte de la compra al domicilio de las señoras. Pero su físico la condenaba a ser objeto de deseo, primero fue el hijo de la casa, luego el padre. Al principio eran tocamientos furtivos, luego más asiduos, pero luego se convirtieron en chantajes de relaciones completas. Eran situaciones sin horizonte, no podía hacer nada. Al poco la dueña descubrió una escena con el marido. Allí concluyó el trabajo. Después pasó por otros de asistenta en la casa de un abogado que terminó más o menos igual. Allí conoció a una compañera que trabajaba de planchadora a domicilio.   Y que completaba los ingresos de su trabajo con los que ejercía por temporadas en Cartagena en una casa de citas. Le habló de lo fácil que era obtener unos ingresos regulares y de disponer con ellos de una autonomía económica que de otra forma jamás podría obtener. Sobre todo con su físico y con su carácter alegre y ocurrente.

Los principios fueron muy duros tuvo que sortear las acechanzas de macarras, de auténticos desaprensivos que vivían del trato carnal. Gentes que se imponía por el terror que inspiraba a mujeres en situación similar a la suya. Ella tuvo la suerte o la habilidad de ejercer de amante ocasional de personas de respeto y con autoridad en la ciudad. Algún militar de graduación, un concejal del cabildo, incluso un clérigo. Y eso le posibilitó no caer en las redes de chulos, e incluso gestionar su posición en el café, como artista, bailarina y como meretriz en la casa de la Calle de la Concepción, con un relativo decoro.

En el café Joaquina interpreta, a veces canta tonadillas, boleros pícaros y cuplés, a veces baila, a veces sirve pero sobre todo es un reclamo con su exuberante belleza y su carácter ocurrente y con una simpatía picaresca sabiamente organizada para clientes y visitantes ocasionales del espectáculo. Pero los ingresos que realmente le permiten la subsistencia los obtiene de su actividad en la calle de la Concepción.

No obstante, y esta es la última confesión que le hace Julián, piensa que su suerte cambiará y con la ayuda de Dios saldrá de esta situación… y tendrá un hogar.

- Y si no ¡qué se le va a hacer, guapo!

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El libro Caradoc está disponible en Amazon, se distribuye en Internet y en librerías. A partir de ahora, para no crear duplicidades con la versión completa, sólo publicaré en este blog, y en los demás de este proyecto, aquellos fragmentos que crea más interesantes, o que guarden alguna unidad.


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