El juego
se consuma y se repite varias veces en una larga noche. Ella agradece en su
fuero interno que no se trate de ese hombre que entiende este tipo de encuentros
como una manifestación de superioridad y, como mínimo, exige una posición de
entrega y de sumisión casi obscena moralmente, valga la precisión, o que a
veces llega al trato de palabra con insultos y menosprecios, con conductas
humillantes, las que a veces llegan al maltrato físico.
Esa compenetración propicia,
en este caso, una comunicación especial, como evocación o parábola de lo que podría
ser una auténtica relación amorosa. La situación se ve favorecida por las
caricias del oficial, sus miradas, sus halagos y sus palabras de agradecimiento
por el placer proporcionado.
En ese
clima Julián no puede evitar la pregunta:
- ¿Y
cómo una mujer como tú, tan bella y tan gentil, de tan buenas maneras y con
tanto tacto y sensibilidad ha venido a dar en un sitio como éste?
Ella le
explica su pasado de hambre y miseria y cómo se fue de su casa en la Senda de
los Garres. Igual que ha sucedido con tantas otras mujeres que impulsadas por
la pobreza han ido a terminar en una casa de citas ejerciendo la prostitución,
con mayor o menor fortuna en mejores o en peores situaciones. Ella está
contenta, dentro de lo que cabe, porque ejerce con autonomía esta profesión. No
tiene chulo ni nadie de quien dependa. Se relaciona directamente con los
clientes y da una parte a los gestores del café, además de cobrar por su
trabajo como bailaora y como animadora. Y de su comisiones por los consumos de
bebidas. Lleva una contabilidad rudimentaria. Sabe las cuatro reglas que
aprendió en el poco tiempo que asistió a un maestro de la huerta que a cambio
de pago en especie, en hortalizas, frutas y algún que otro pollo y presente de
la matanza le instruyó en leer y escribir, con muchas faltas, a sumar, a
restar y poco más. Como gesto de confianza le muestra los numerosos papeles de
estraza, escritos con lápiz de tinta, donde lleva las anotaciones de las
cantidades recibidas y entregadas. Esta economía le permite comprar afeites y
ropas para realzar su ya agraciado aspecto, y confiesa que aspira a aplicar esa
facilidad para la economía que Dios le ha dado para administrar un hogar y una
familia que es su verdadera aspiración. Incluso tiene una cantidad reservada
para limosna en la Virgen de la Caridad, cuya imagen está a pocas manzanas en
la Iglesia frente al Hospital de la misma advocación, a pocas manzanas de donde
ella vive, en la Calle de la Concepción, y cuya vista le inspira especial
compasión y devoción.
- Si
el Señor perdonó a María Magdalena ¿por qué no va a hacerlo conmigo? La piedad
del Señor es infinita, igual que su comprensión. Él me ayudara a que supere
esta situación, y yo se lo agradeceré.
Joaquina
sigue contándole cómo el coraje, el despecho y la vergüenza le empujaron a
abandonar la casa de su madre. Y cómo buscó trabajo en Murcia, donde sirvió
como criada, primero en tareas de asistente para todo en una familia de
comerciantes del barrio del San Bartolomé, trabajo facilitado por una amiga de
la huerta que hacía tareas de limpieza en la ciudad, yendo y viniendo todos los
días. Ella por el contrario, como no tenía donde ir, aceptó el trabajo interna.
Prácticamente trabajaba a cambio de alojamiento y manutención, pero tampoco
podía exigir más. Allí conoció el trato con la gente de la ciudad, a veces
completaba las tareas domésticas con recados a la tienda, o con el transporte
de la compra al domicilio de las señoras. Pero su físico la condenaba a ser
objeto de deseo, primero fue el hijo de la casa, luego el padre. Al principio
eran tocamientos furtivos, luego más asiduos, pero luego se convirtieron en
chantajes de relaciones completas. Eran situaciones sin horizonte, no podía
hacer nada. Al poco la dueña descubrió una escena con el marido. Allí concluyó
el trabajo. Después pasó por otros de asistenta en la casa de un abogado que
terminó más o menos igual. Allí conoció a una compañera que trabajaba de
planchadora a domicilio. Y que completaba los ingresos de su
trabajo con los que ejercía por temporadas en Cartagena en una casa de citas.
Le habló de lo fácil que era obtener unos ingresos regulares y de disponer con
ellos de una autonomía económica que de otra forma jamás podría obtener. Sobre todo
con su físico y con su carácter alegre y ocurrente.
Los
principios fueron muy duros tuvo que sortear las acechanzas de macarras, de
auténticos desaprensivos que vivían del trato carnal. Gentes que se imponía por
el terror que inspiraba a mujeres en situación similar a la suya. Ella tuvo la
suerte o la habilidad de ejercer de amante ocasional de personas de respeto y
con autoridad en la ciudad. Algún militar de graduación, un concejal del
cabildo, incluso un clérigo. Y eso le posibilitó no caer en las redes de
chulos, e incluso gestionar su posición en el café, como artista, bailarina y
como meretriz en la casa de la Calle de la Concepción, con un relativo decoro.
En el
café Joaquina interpreta, a veces canta tonadillas, boleros pícaros y cuplés, a
veces baila, a veces sirve pero sobre todo es un reclamo con su exuberante
belleza y su carácter ocurrente y con una simpatía picaresca sabiamente
organizada para clientes y visitantes ocasionales del espectáculo. Pero los
ingresos que realmente le permiten la subsistencia los obtiene de su actividad
en la calle de la Concepción.
No
obstante, y esta es la última confesión que le hace Julián, piensa que su
suerte cambiará y con la ayuda de Dios saldrá de esta situación… y tendrá un
hogar.
- Y si no ¡qué se le va a hacer, guapo!
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El libro Caradoc está disponible en Amazon, se distribuye en Internet y en librerías. A partir de ahora, para no crear duplicidades con la versión completa, sólo publicaré en este blog, y en los demás de este proyecto, aquellos fragmentos que crea más interesantes, o que guarden alguna unidad.

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