El
Verdolay es una zona residencial antigua, a las afueras de Murcia, en la falda
de la sierra, donde vive una burguesía discreta y tradicional. La casa donde
nos situamos es uno de esos chalets que, sin desentonar con los existentes de
épocas anteriores, de principio de siglo
hasta los años cincuenta la mayoría, ponen de manifiesto por sus trazas y
materiales de construcción que se han
hecho a expensas del dinero obtenido de los negocios, principalmente de la
construcción de los años sesenta y setenta. El estilo de la piedra caliza
junteada con cemento, la traza de las cubiertas de hormigón según un plano inclinado, las
chimeneas exentas o adosadas al edificio, y las piscinas de hormigón proyectado
los delata.
De
entre ellos destaca el que nos ocupa. Por sus tejados a dos aguas con
buhardillas, su atrio y la exuberancia de su vegetación. Pero sobre todo por la nota culta, al menos
en apariencia, que pone el letrero, de hierro pintado, en el arco sobre su
puerta. Se trata de una palabra con caracteres cirílicos. Dice en griego Ευτυχία: Felicidad.
En
la actualidad, aunque se conserva bien, ha perdido el lustre y la brillantez
que tuvo. No deja de ser una de esas construcciones que, a la espera de más
antigüedad o del derribo, se consideran no sin cierto desprecio o indiferencia
como a todas las de su época o estilo pasadas de moda.
En
el momento al que nos referimos la chimenea arroja un humo que hace intuir un
cálido ambiente interior. En el salón caldeado se extiende el aroma de la
madera de pino que se ha utilizado, al quemarla, para crear temperatura donde
ha prendido la leña de olivo. A estas alturas ya en estado de brasas y tizones.
Este calor y este aroma crean el ambiente que, junto con los licores espirituosos
posteriores al lunch, favorecen la
conversación fluida y el tono de confidencialidad que los cuerpos relajados y
las voces templadas delatan.
Juan
Pérez, conocido como El Coscorrones, pero que nadie se confunda, es un apodo
utilizado por todos como referencia pero a nadie se le ocurriría en un ámbito
mínimamente formal, no ya solo en su presencia, utilizar ni tan siquiera de
forma indirecta el mote. Ya se cuidaría de hacerlo o de equivocarse. Es el
dueño y el promotor de casi todas las obras del Polígono, propietario del
chalet y quien convoca la celebración.
Los
excedentes y beneficios se han convertido en el caso de El Coscorrones en una
colección de arte que se puede considerar la más nutrida en calidad y cantidad
de Murcia y probablemente en una de las más de Europa. El amplio salón, y las
dependencias anejas, exhiben algunas de las obras más representativas. Pero en
el sótano en condiciones adecuadas de luz, temperatura, humedad, y sobre todo
seguridad, nadie sabe a ciencia cierta lo que se hay alojado. Aquí se pueden
ver un Ribera, algún Murillo, varios Orrentes y Pedro Flores, esbozos de
Sorolla, de sus colecciones estadunidenses, de Dalí, y de Antonio López, pero
también hay un Pollock,… que se mezclan con obras a la espera de que alguna vez
se coticen, como un Bonafé encontrado en
su casa de La Alberca por el nuevo propietario y el maestro de obras. También
se pueden observar algunas obras de pintores que no están en los circuitos a la
espera de que maduren en el mercado. Se vislumbran tallas y esculturas. Una
copia contemporánea de las tres gracias de Canova, un san Jerónimo y un Niño
del taller de Salzillo, un Debussi, y una virgen gótica comparten espacio con
un arlequín de Gargallo y una pareja amatoria de Camille Claudel,
(...)
En
un momento determinado alguien con un dominio conveniente del discurso a este
tipo de ocasiones, seguramente algún profesor de medio pelo que ha hecho carrera
por favores y mediaciones, vinculado por méritos poco confesables con el poder
local, hilvana un discurso que habla de la función de la empresa como impulsora
de un nuevo urbanismo que se ha hecho a la ciudad con un hábitat moderno,
venciendo las dificultades naturales con la técnica más avanzada. Lo habitual,
la hagiografía a los próceres, la vertiente social con modernos centros de
estudios, y hospitales,… todo sujeto al patrón clásico, sólo que en este caso
es la primera vez que las dimensiones de la obra tienen el tamaño de un barrio
completo de la ciudad que supondrá un incremento en un porcentaje considerable
de viviendas y de población y que supone un bocado decidido de un vez a la
huerta. Es la primera, después vendrán todas las demás.
-
Pero con ser importante, -prosigue- vital para
nuestra ciudad y nuestra región, esto no es todo. Nuestro benefactor Don Juan
Pérez Belando quiere culminar el acto comunicando a ustedes una adquisición
para su acervo de arte, que es el de la región y el de la patria, una obra única, que por derecho nos pertenece
y que nunca debió salir de nuestra querida Murcia. Se trata de la única obra
que hay en nuestro país del pintor inglés y maestro universal, equiparable a
Rubens, Miguel Ángel o Velázquez, Sir
Thomas Lawrence, sin duda el mejor pintor retratista de todos los tiempos. Obra
que no dispone ni siquiera nuestra máxima pinacoteca, El Prado, ni de él ni de
ningún cuadro atribuible a Lawrence. Y que la National Galery o la propia
Corona Británica han hecho lo humano y
lo divino por conseguir. Se trata del retrato del primer Lord Howden…
El
hagiógrafo prosigue hablando durante un largo rato de la obra, del personaje y
de la repercusión de la adquisición. Lo hace con cuidado de dejar claro que
“son ustedes unos privilegiados con ver este espectáculo para el que solo están
preparados unos pocos mortales y con disfrutar del resplandor de nuestro prócer
insigne, no estoy convencido de que todos ustedes lo merezcan , pero como salga
esto más allá del circulo intimo o del rumor, que dicho de paso aumentará su
esplendor, al que lo haga le vamos a cortar los güevos. Y aquí están estas
autoridades que veis para dar fe de que será así”.
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