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Capítulo 4.- 30 de julio de 1847

El general Juan Manuel de Rosas pasea en una soleada mañana de invierno austral, lo hace abrigado con un recio capote azul marino protegido de la humedad fría tan propia de esos meses en Buenos Aires. Lo hace por la parte que da a la espalda del Fuerte de San Miguel Arcángel[1]. El tibio sol de la mañana en  la playa, al amparo de la fortaleza, es de las pocas cosas que pueden aliviar la sensación incómoda  que trasmite la humedad de la bruma que hasta hace poco cubría la arena. Lo necesita para aliviar el helor que le penetra hasta los huesos y le entumece hasta las ideas. A lo lejos se vislumbran las siluetas de los barcos franceses que quedan de lo que ha sido el bloqueo del estuario de la Plata. En su soledad y a unos metros, los convenientes para no sentir que invaden su espacio, caminan discretos sus escoltas, cuya indumentaria compuesta por poncho, bombachas y chambergo de ala corta, no los distingue de unos compadres de pulpería. El general puede meditar sobre sus cuitas como regidor de la joven nación, pero también como padre de Manuelita, que no son menores. Las cosas de la gobernación le van bien. No hace mucho la flota inglesa ha levantado el bloqueo y, con respecto a Francia, de Europa le llegan noticias que le hacen pensar en el gobierno galo como más preocupado por los sucesos que este año se están produciendo que en la política colonial en ese, para ellos, remoto lugar del mundo que es el estuario de la Plata. Y en las disputas de dos lejanos países como son Argentina y Uruguay.
Sin embargo el asunto de Manuelita ha tomado un giro más preocupante. No es la primera vez que ha sufrido el mal de amores pero ahora le llegan noticias de que, en su alocamiento en las relaciones con el diplomático británico, las consecuencias del desenlace pueden escapar a todo control, e incluso pueden afectar, más allá del trastorno de su ánimo, a su juicio. Pero más aún le preocupan las consecuencias que pueda tener en la sociedad bonaerense y en la argentina en general. Si se difunde lo que hasta ahora es secreto, los más mínimos detalles de las relaciones entre Manuelita y eln el embajador inglés John Caradoc. Ello supondría, además de su humillación, la de su hija y la suya, y el consiguiente descrédito.  Todo ha quedado a la discreción de Camila O’Gorman ¿Qué uso político puede hacer de esta información el jesuita Gutiérrez?, de quien está seguro depende la muchacha hasta la anulación de su voluntad y de su discernimiento ¿Qué uso harían los círculos de Corrientes y del resto del país con los que está comprometido? Rosas está convencido de que, bien utilizada esa información por sus enemigos, puede provocar su inestabilidad, puede ser la gota que rebose el vaso de su desprestigio, el polo que aúne voluntades y suministre el motivo para una fuerte contestación. Tiene la convicción de ello. Y esta sensación de debilidad y de consciencia le produce un indescriptible malestar. Una sensación que alguien no muy observador podría fácilmente percibir.
Enfrascado en estas ideas, en la elucubración sobre lo que puede desencadenarse y en las consecuencias que pueden tener, camina por la playa hacia el sendero que sube a la Recova. Va enfrascado en su análisis así como en las posibles respuestas o ausencia de ellas que debería tomar o dejar que otros timasen. Son ideas que le ocupan el pensamiento, y sin darse apenas cuenta va subiendo por el suave sendero, hasta la explanada en el costado del fuerte. En ella, por callejones efímeros de trazado informe, entre galpones y tinglados, llega hasta La Recova, por el frente de la muralla, en la parte que da al mercado. Camina hasta el arco que da entrada al Fuerte. En él se ubica lo que queda de la gobernación, en algunas dependencias aún no clausuradas, donde aún despacha y reside cada día menos. Ya las obras del Caserón en Palermo han concluido hace tiempo y la amalgama que constituye lo que queda de su familia y la cohorte compuesta por el personal de servicio, los soldados y los funcionarios, sin una clara diferenciación funcional ni indumentaria entre ellos, ya hace tiempo que se ha acomodado. Él también lo ha hecho, en la buena porción de tiempo que sustrae cada vez más al que pasa en  las oficinas de gobernación. Las actividades de gobierno las comparten pues cada vez más el fuerte con el caserón de Palermo.
La mañana ya calienta, y en la Recova el trasiego de paisanos es incesante. Van con sus coloridos atuendos de algodón y de lana merina argentina a lomos de caballerías portando en la grupa y a los lomos del equino racimos de gallináceas y pequeños animales de granja, tanto autóctonos, quirquinchos y capibaras, como los conejos, pavos y gallinas descendientes de los introducidos por los españoles. Desde el fondo la silueta blanca del cabildo, con su torre y sus arcos domina la plaza, los soldado le saludan con un gesto más de adhesión incondicional, con un punto  garca de compadre en la pulpería, que de marcialidad.
Rosas piensa en los tiempos aún recientes, en marzo, cuando todo empezó.
La situación política y militar de los últimos años ha estado asistiendo a su desenlace. Dentro de la óptica de Rosas, y según sus principios morales, si es que pueden ser considerados así, no se diferencian los ámbitos personal y político, y los medios para conseguir sus fines en uno y en otro, donde se mezclan sus deberes, su papel y su ascendiente como padre y sus ambiciones. Hasta ahora no ha dudado en utilizar a su hija para conseguir estas últimas. Él piensa que un futuro mejor con más poder y más comodidades para él, para los suyos, y por ende para su hija, justifica cualquier decisión más allá de la voluntad o de la conciencia de Manuelita ¿Qué sabrá la pobre? Para él cualquier argumento moral a la contra que, en su caso, se arguya por otros supone una treta puramente retórica de aquellos que no dudan en, llegado el caso, cometer mayores abusos sobre familias y amigos, y que sin embargo le critican en los círculos de Buenos Aires con lo que llaman  crueldad y abuso.
(...)

Camila O´Gorman es la amiga íntima de Manuelita, escucha sus confidencias. Es una joven de la burguesía criolla de Buenos Aires. Sus padres son descendientes de irlandeses emigrados y de gallegos que han hecho fortuna con negocios derivados del comercio de la carne, con instalaciones de almacenamiento para el transbordo en la zona de Santa Catalina de Siena y con el comercio de ultramarinos al por mayor. Como ella y la juventud criolla porteña frecuenta las fiestas de Palermo. Y como ella sufre, o disfruta, de pasiones y conflictos enfrentados, por las tensiones propias y las de los conflictos y contradicciones que se derivan de ser una juventud que dispone de muchos medios y de unas relaciones tormentosas con padres y con el medio social y moral. Un año después Camila, en un clímax vertiginoso de estas relaciones tormentosas, tendrá un romance febril con un sacerdote en medio de una conspiración, que le llevará al cadalso. No es cuestión entrar en el análisis psicológico de estas vidas y es momento de tratar qué les conduce a estas situaciones extremas. Baste decir que, en ese punto, Camila es una joven que por una parte ha agotado prácticamente las experiencias que una persona normal, en condiciones normales, tarda toda una vida en experimentar, y que por otra un extraño magnetismo le una a Manuelita. Las dos encuentran en la otra un desahogo a para dar escape a sus sensaciones.
Al día siguiente a la fiesta en el campamento de Santos Lugares Camila visita a la joven Rosas.
- Oh, no sabés como John me trata. Estoy convencida de que ashá en su Inglaterra no ha querido a otra igual, las inglesas no saben amar según me dice.



[1] Al Fuerte de San Miguel Arcángel se le conocía popularmente desde el siglo XVIII como el  Fuerte de San Miguel o simplemente Fuerte de Buenos Aires. Muy al principio, en la época del Virreinato de La Plata se le conoció como Fortaleza de Don Juan Baltazar de Austria. Estaba ubicado en el lugar donde tras su derribo se construiría la Casa Rosada, actual sede de la Presidencia de la Republica Argentina.
El nombre se debía al entonces patrono de Buenos Aires: El Arcángel San Miguel, cuya escultura se conserva en el Museo del Bicentenario y que, en la arquitectura original del fuerte, formaba parte del arco que daba a la Recova en la Plaza Mayor, hoy Plaza de Mayo.
Para completar diremos que también se uso un tiempo el nombre de Fuerte de Santa María de Buenos Aires

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El libro Caradoc está disponible en Amazon, se distribuye en Internet y en librerías. A partir de ahora, para no crear duplicidades con la versión completa, sólo publicaré en este blog, y en los demás de este proyecto, aquellos fragmentos que crea más interesantes, o que guarden alguna unidad.


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