El mal y el bien están
delimitados por una fina y volátil línea. Es un límite que cambia con las
personas, las circunstancias y los tiempos. Para muchos, lo que está a ambos
lados de esa fina frontera carece de la relevancia suficiente como para marcar
de forma clara sus posiciones, es el terreno de la indeterminación y de la
coartada, donde casi todo se puede justificar según venga la mano de la partida
que se juegue en ese momento. Sin embargo, es en esa zona donde se dirimen los
verdaderos conflictos humanos y sociales, los de más dramáticas y de peores
consecuencias. Es resto está claro. Da igual. Nadie lo discute.
En este capítulo tenemos varios
ejemplos de ese hecho. Sus protagonistas encarnan esos conflictos morales. Una
es un personaje, una mujer, perversa en extremo según las convenciones, no sólo
al uso de la época sino incluso según criterios que la transcienden. Se podría
considerar pues un ejemplo de vicio, de maldad y de depravación en cualquier
época. Sin embargo, no sólo ella misma y sus más próximos, sino la sociedad y
la historia han considerado, en buena parte, su obra, ya que no a su persona,
loable y ejemplar y así está atestiguado por muchos y escrito en documentos y
en relatos. El personaje al que nos referimos es Josefa Montenegro. Por
contrapartida este capítulo tiene otro protagonista, es el Duque de Infantado.
Un personaje de estricta moral, y de una inmensa responsabilidad en la historia
y en el mundo de las ideas, de las ideas tradicionales y conservadoras en
nuestro país, todo ello a fuer de ilustrado. Pues bien este personaje
conservador, de una estricta moral que defiende con vigorosos argumentos en los
foros y en los ámbitos públicos, es capaz de someterse a las más grandes
sevicias morales, carentes de razón y de lógica. Como en otras ocasiones, lord
Howden, nuestro protagonista, asiste como testigo privilegiado y partícipe de
un mundo que cambia y en el que forja su carácter y deja su huella. Todo
ello le enriquece de experiencias y de
criterios personales para seguir navegando en la peor parte de su vida, y en lo
que será su aventura personal con Joaquina Plana.
...
Una vez sentados, y con un
sorbete delante, Josefa, de forma intercalada con comentarios más o menos
intrascendentes primero y de forma clara y directa después, procede a contarle
su vida. Desde su desgraciada infancia en Málaga hasta el día de hoy. Lo hace centrando
el discurso en la figura de Fernando VII, del que se considera casi mentora y
guía. Otorgando al personaje sobre todo un perfil humano y de víctima en su devenir
político y como rey pero más que nada en lo que concierne a lo que considera una
desgraciada vida amorosa. Su búsqueda de la descendencia que nunca tuvo, o la tuvo
dudosa en Isabel II. La que para ella, para Pepa, no fue hija suya. Y eso es
algo que se empeña en que quede claro.
-
Debes de saber -comienza diciendo Josefa, que a
estas alturas de la conversación ya mezcla, como buena andaluza, el trato de
usted con el tuteo-, en
primer lugar que se ha hablado mucho y mal de mí, no tanto por lo que haya
hecho, que siempre ha sido exagerado, aunque no lo haya tenido en cuenta, como
por que se ha visto en mi persona el reflejo de otro. Por cierto, muy
maltratado por los políticos, la corte, los extranjeros,… y que posiblemente en
el futuro lo sea mucho más. Me estoy refiriendo a Fernando VII nuestro rey y
padre de nuestra actual monarca. De mí se ha dicho que lo tenía sojuzgado por
el sexo y que le he proporcionado toda clase de vicios y perversiones. En
realidad solo me he dedicado a darle el amor que, por su naturaleza, por su
familia y su infancia tan especial, siempre le ha faltado.
»Su
matrimonio ha sido, en todos los casos, de conveniencia, arreglado por la corte
y los políticos. Ya sabe los ministros, los generales y los diplomáticos,.. Perdóneme
la expresión, ya sé que usted es uno de ellos, pero seguro que en su caso y en
su virtuoso país esas cosas no pasan.
»
Así pues en sus cuatro matrimonios no ha encontrado más que cuatro callos
con los que no era difícil sino un milagro que se le pusiera tiesa, a pesar de
estar bien dotado y con tan gran vigor.
A estas alturas de la conversación mezcla el tono de consideración, apropiado al cargo
de embajador, con el uso de los términos más directos y supuestamente populares
sobre la erección del rey. Todo en un palabreo incesante, adornado con el
acento de su tierra.
- Siendo aún Príncipe de
Asturias, lo casaron con María Antonia
de Nápoles... Una jovenzuela inexperta para esposa del monarca, y por tanto temerosa,
que se lo contaba todo a su madre. A su vez esta lo sacaba en círculos de
cortesanos que suponía fieles y merecederos de su confianza… o simplemente por
poca cabeza. A veces, sintiéndose sola y necesitada de comprensión, lo contaba por carta a sus amistades de
Nápoles, buenos son los italianos. Total, que todo iba a parar a los espías del
gabacho Napoleón. Que lo difundía por Europa para desprestigiar a la monarquía
española. Por joder.
»
Que sabrá un muchacho de dieciocho años, que son los que tenía
Fernandito,… Además lo ignoraba todo por su crianza. Era lo que llamamos un
cara de muñeco. Su desarrollo como hombre, ya sabes los pelos y el bigote, y
todo lo demás de los varones iba por detrás del que le correspondía por la
edad. De manera que tenía serios problemas para follar, que en manos de otra
inexperta, como era la reina, terminaba todo en un desastre. Gracias a mi salió
palante. Que si no…
-
Vamos que quien realmente lo entendía y lo querías eras tú -le interrumpe casi como
dándole tiempo para tomar un respiro Caradoc.
- Exacto, se casó cuatro veces,
pero nadie le hizo tanto bien como yo. Me vas a permitir que lo diga. Lo hice tal
como lo haría una mujer de verdad. Realmente quien se comportó como una auténtica
esposa, la que lo quiere, lo apoya y lo comprende, fui yo. Sólo yo me comporté
así con él.
»
Eso pasó con las mujeres siguientes también, son la tonta portuguesa y
con la otra. Bueno, para ser justa, en realidad tengo que decir que con, las
enseñanzas que cogió conmigo, se pudo comportar como un hombre con la última, sólo
con ella. Con María Cristina. Primero como digo por la experiencia, segundo por
las circunstancias, lo que familiares y cortesanos le impusieron y sobre todo
por la mandona que es. Como pudimos ver en los siete años de su regencia. En
realidad yo no me puedo quejar. Conmigo no se metió mucho, sobre todo para que
mantuviese la boca cerrada sobre los derechos de mis hijos que también son los
de Fernando. Pero de eso ya hablaremos. Aunque tú ya lo sabes de sobra, porque
en esa época estuviste por aquí y bien que trataron dándote la medalla que te
dieron. En esa época bien ocupada que estaba en asegurar su propia
supervivencia como regente y el futuro de su hija como reina. Teniendo en
cuenta lo que tenía, con los enemigos carlistas del norte y con los intrigantes
de aquí, que no eran mejores, ni menos enemigos. Lo que pasaba es que se les
distinguía peor.
» Sin embargo como ya seguramente te habrán dicho, y si no tendrás
ocasiones en que te lo digan con creces, a mí me han tratado de lo peor. Los
que viven de la teta de la política, los que llaman cronistas, los de los
papeles, que casi todos son de la ralea esa que llaman liberales, en todas sus
variantes, pero que en el fondo son los mismos, han dicho mezclando la verdad
con la maledicencia que regentaba un burdel. Eso es verdad, como tú mismos has
comprobado. De algo tengo que vivir y dar de comer a mis hijos, y si no lo hago
yo lo harían otras. Pero lo que también han dicho, con mala baba, es que
proporcionaba carne joven al rey para que se desfogara y tuviese los más
indecibles placeres y las guarrerías más grandes con ellas. Pero eso tú ya
sabes que yo no soy así - lo decía en su precipitado discurso sin
percibir la contradicción en la que estaba incurriendo, porque al propio
Caradoc le procuraba o al menos le ofrecía el trato carnal con jóvenes -
Pero eso que dicen no es la verdad, si bien traté en esos asuntos no es cierto
que lo hiciera con él, ni yo misma ni por pedio de otras. Lo que yo sí fui y lo
hice todo lo bien que supe hacerlo, fue ser su amante, su consejera,… la que le
dio amor y cobijo y comprensión, cosa que no hizo nadie, solo lo fingían por
interés, pero luego bien se vio, que lo abandonaron -su voz al llegar a
este punto era apasionada en extremo y las venas de su cuello se hinchaban casi
para estallar vibrando con su voz-. Y sobre todo…, mira te lo voy a decir. No
lo pensaba hacer porque no creo que eso sirva para nada y no quiero yo
mezclarlos en politiquerías, pero -y el carácter dramático de su rostro
adquirió su máxima intensidad - le he dado varios hijos. Sí, yo,
Josefa Montenegro, le he dado al rey Fernando VII de España varios hijos.
...
Al día siguiente Caradoc acude
puntualmente al Mesón de los Gallegos, allí se encuentra ya a Sebastián Pérez,
sentado frente a un tazón de café de puchero con leche y sopas de pan. Lo cual
es una señal manifiesta de que no había desayunado y espera a hacerlo a costa
de la invitación del ya cesado embajador. Muy bien no debía andar de dinero.
Tras los saludos y comentarios de rigor, no tarda en proseguir con el relato
que dejó interrumpido el día anterior. Sus trabajos por reconstruir la historia
de la Malagueña y el Duque del Infantado por fin van a encontrar un oído que
sepa valorarlos.
Comienza narrando la situación de
progresivo aislamiento que sufrió Infantado, la incesante y sistemática serie
de vejaciones y sobre todo de coacciones a las cuales poco a poco fue más
vulnerable en una expirar sin fin. El acoso comenzó hacia 1832. Los victimarios siguieron una acción
progresiva, seguramente el doctor Vieta con sus conocimientos profesionales y
la Malagueña con su perversa intuición, ahondaron en lo que hoy denominaríamos
un cuadro depresivo, basándose en ciclos progresivos de deterioro mental,
agravado por el envejecimiento y ayudado por si situación personal de
frustración derivada de sus fracasos en la vida pública y de confrontación
entre lo que habían sido los principios que habían regido su vida y la realidad
de la evolución de la sociedad española.
-
En 1839 concluye la guerra, contra los facciosos partidarios de Don Carlos, con
el ominoso abrazo de Vergara. La reina regente, y seguramente bastantes más,
pueden volver la mirada hacia cosas más cercanas, como son los asuntos
llamémosle menores de palacio, y cobrarse deudas pasadas. También las llamadas
de socorro de Osuna y de los hijos de Infantado pueden encontrar más
receptividad. Esto unido a que la Malagueña y Vieta parecen ver más posible el
intento, en el verano de 1839, estos personajes decidieron dar un tour de force definitivo y se
arriesgaron al traslado de Don Pedro a París. Allí era donde había transcurrido
su adolescencia y su juventud antes de la Revolución. Y paradójicamente allí
mismo volvía triste, achacoso y sin libertad. En París, en un ambiente donde
era difícil que encontrase apoyo, cobraron intensidad las amenazas, los
chantajes y las vejaciones. El panorama era penoso, constituía un cuadro patético,
casi inhumano, y lamentable. Muchos fueron los que lo asistieron a él. De
manera que, llegado el momento, numerosos y variados testigos pudieron acreditar
en una investigación, que se hizo después, y a cuyos documentos y actas he
tenido acceso, que fue promovida por el duque de Osuna y Manuel, el hijo de Don
Pedro, y su primera compañera, legitimado.
»En esos documentos se aprecia
como empleados de la embajada de España, personas de la nobleza y del estado
llano residentes en París, y otros, que tuvieron acceso a Infantado, o la
oportunidad de ver las condiciones en que estaba, dan testimonio incontestable del
mal trato que sufrió un ser humano, un enfermo mental, que estaba atemorizado y
dominado por Josefa Montenegro y el doctor Vieta, al que obligaban, es textual,
a «firmar papeles en blanco».
» Hay actas de escribanos e
informes de facultativos que prueban que, al ser sometido el duque a
interrogatorio y a examen, para comprobar su estado mental y si estaba siendo
objeto de presiones y sevicias, sus respuestas fueron inseguras, a veces ni
contestó, se contradecía o respondía diciendo no comprender lo que se le
preguntaba.
»
Evidentemente ante un proceso español en territorio francés no se pudo proceder
judicialmente de ninguna forma, al menos de manera inmediata. Pero todo esto
fue el desencadenante. Fue entonces cuando Don Pedro, recobró el sentido de la
realidad, y el nexo con el mundo exterior, del que se había visto desprovisto.
Y empezó a escribir el diario. Secuestrado, como estaba, en la buhardilla de
una mansarda parisina, de forma clandestina escribió en una letra irregular con
los medios que encontró las anotaciones que describen lo que sufrió desde - Sebastián saca unas hojas
arrugadas de su zurrón - exactamente el 20 de noviembre de 1839 hasta
el 3 de febrero de 1840.
Vuelve a barajar, Sebastián, los
manuscritos arrugados que ha sacado del zurrón, y lee con voz pausada y con
perfecta entonación el texto que lleva escrito:
- Bueno, lo primero que copié de su manuscrito
era para reflejar el estado en que estaba. Tengo mucho más. El diarios estuvo
custodiado por gente amiga y segura, y tuve tiempo para copiar. En un futuro me
podría ser de ayuda. Ahora sólo espero que su merced le encuentre utilidad y en
algún momento se acuerde de mí. Si me permite, le leo el escrito. Con fecha del
10 de diciembre dice:
Hace ocho días estoy privado del consuelo de
seguir mi diario por la gran vigilancia que conmigo se emplea. Habiéndose
apoderado de un codicilo en que marcaba cual era mi voluntad, y habiéndome
amenazado Vieta con aumentar mi reclusión si no hacía otro nuevo en que la
[dicha] doña Josefa Montenegro y sus supuestos hijos quedasen por herederos de
mis bienes todos, en perjuicio de mi hijo Manuel. No habiendo querido acceder a
ello y privándome por este motivo de toda comunicación con la familia y
teniéndome encerrado en mi cuarto y privado de toda comunicación con otras
personas que [no sean] Vieta y la señora de Marlò.
» Como se ve meridianamente, el objetivo de Vieta y de la Montenegro era
forzarle a testar a su favor, de manera que este testamento anulase la
voluntad anterior del duque, que no era otra que la natural de dejar sus bienes
a su hijo legitimado y reconocido Manuel de Toledo y Lesparre.
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