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Parte segunda. Capítulo 4.

La enfermedad


Continuamos con la segunda parte. Tras los capítulos dedicados a Pepa la Malagueña dimos un salto en el tiempo a la subasta del cuadro de Lawrence en Madrid. Después, volvimos al verano de 1858, a la caída en desgracia y subsiguiente llegada de Caradoc a Cartagena, donde es acogido por su amigo Andrés Pedreño Torralba, y donde en un ambiente de absoluto quebranto narramos cómo y dónde se produce su encuentro con Joaquina.
En este capítulo la desgracia va a más. Caradoc contrae unas tercianas. Es ingresado en el Hospital de Marina en el más absoluto desasistimiento, y...


Ha transcurrido un mes desde que Caradoc llegó a Cartagena, las noticias que le llegan de Madrid no son nada halagüeñas. Narváez ha conseguido bloquear sus correos y sus depósitos, los pocos que aún le quedan disponibles para ir tirando. Vive gracias a los adelantos de su amigo Andrés Pedreño, y en la casa que le ha cedido para su usufructo en la Alameda de San Antón.

Tras la noche con Joaquina han tenido sólo un par de encuentros. Sin embargo, la repercusión en el Kursaal y en su ambiente ha trascendido más. Conocida es la facilidad de los cartageneros para adjudicar alias. Basta haber detectado el particular trato y las miradas entre ambos, así como los escarceos furtivos tras las cortinas, para que ya a nuestra amiga le llamen “la embajadora”

Los escasos encuentros amorosos han tenido lugar primero en la casa de la Calle del Maestro Francés y luego en la casa de San Antón.


A veces Caradoc pasea empleando sus tiempos muertos desde su casa en la Alameda de San Antón hasta San Diego y la Misericordia, volviendo por Expósitos. Siente una atracción por la vista de los niños tristes y con bata de rayas, pelados a rape, que pululan por los alrededores, alguno apurando una colilla de cigarro que han encontrado. Siente una atracción casi morbosa por esa infancia triste, de niños que han sido el fruto de deslices entre mozas y militares las más de las veces, y quizá sin saberlo siente la añoranza y algo que no sabe identificar como ternura por el hijo que nunca tuvo.

Para llegar hasta allí no sigue la vía en principio natural, la de Salitre, Parque y las Beatas, sino que lo hace por detrás del parque de Artillería, bordeando el Almarjal. Es una fascinación incipiente la que siente por él, es como un mar pobre, pero sus lecturas le han permitido saber el papel estratégico que tuvo para Escipión. Tiene que ir sorteando a veces restos de la muralla y de sus sillares sueltos y esparcidos. Las tardes del estío de finales de julio en Cartagena en ese punto a veces le hacen llegar los efluvios pestilentes de animales muerto y desechos arrojados al Armajal.

Pero la belleza del reflejo del sol al ponerse por detrás del pico Pelayo y del Castillo de la Atalaya, oculta las sensaciones olfativas. La vuelta la suele hacer por un camino más cómodo. También por Beatas y por San Fernando, pero esta vez se desvía por General Cabanellas y Puente con objeto de pasar como por casualidad por la casa de Joaquina, sólo han tenido dos encuentros pero ya tiene esas confianzas. Caradoc como vimos desde los días de su infancia en Eton, o en el capítulo de la malagueña en Chamartín tiene no sólo una gran facilidad para los idiomas, sino que esa misma habilidad con el manejo de la comunicación oral le hace un extraordinario conversador. Ya sabe la vida pasada de Joaquina sus peripecias desde que huyo de la Ermita del Rosario en la huerta de Murcia y los detalles más nimios de su vida actual. Igual él, con relación a lo que ella le ha preguntado, ya le ha contado su vida o la ausencia de ella con la princesa de Bagration.

Al llegar al portal toca la aldaba y, sin más, sube. Está Joaquina, por el calor, en enaguas. Sus pechos prietos y enhiestos casi desbordan el corpiño. El ambiente es tórrido. De nuevo se enzarzan y enredan sus cuerpos en un juego amoroso. Tras el cual él se queda a tomar una frugal cena antes de que Joaquina parta, una noche más, hacia el Kursaal.

Constituyen el refrigerio unos boquerones adobados y una fritada de conejo con tomate, sopados con pan carrasqueño y todo regado con vino del campo.

- Este pan me lo han traído de la venta del Cedaceros para ti ¿Te gusta?

- Sopado en la fritá, exquisito -responde John, demostrando una vez más su capacidad para captar los matices locales del idioma, que con su inevitable, aunque lejano, deje británico no deja de tener un punto de comicidad, al menos para Joaquina que ríe de forma fresca y espontánea.

Le acompaña hasta la plaza de la Aurora, e incluso entra al Kursaal. Joaquina se dedica a sus quehaceres. Él se acoda en la barra lateral junto con Pencho, un oficial de granaderos murciano a quien ha conocido los últimos días.

En un momento siente un escalofrío y después temblores. Una presión en las sienes le hace insoportable el ruido del ambiente, … Se despide de forma precipitada y abandona el local. Su casa está a un kilómetro escaso por el arrabal de San Roque. Va solo y andando. En un momento unas náuseas fuertes le hacen apartarse a un lado y apoyado en el tronco de un plátano vomita sobre el brazal de la cuneta.

Llega a casa y, sin llamar ni alertar a nadie, se acuesta. Esa noche Caradoc siente unos fuertes retortijones… va al baño y observa que las deposiciones llevan hebras de sangre.

Las sudoraciones y los retortijones se repiten y se agudizan.

Se viste, ya es media noche muy pasada. Como puede sale y se dirige a casa del aparcero, a unos escasos cien metros. La familia se encarga del mantenimiento de la casa. Llama como puede con voz descompuesta. Finalmente, el aparcero sale. Le pide que como pueda lo lleve al Hospital de Marina. Juan que así se llama el colono y jardinero, prepara la tartana. Mientras la mujer en un puchero y en la lumbre avivada le prepara una manzanilla.

Caradoc está en la silla doblado sobre su vientre. Los dolores y las sudoraciones se repiten. Esta vez con fuertes temblores. Alarmada la mujer apremia al aparcero.

Más o menos a las cinco de la mañana la tartana se pone en marcha.

Por San Fernando, Beatas y Amalio Gimeno, llegan en poco más de media hora a la Plaza del Hospital de Marina. Allí a la puerta son recibidos por el retén de guardia que, una vez identificado, lo introducen para un primer examen. A esas alturas, Caradoc ha perdido varias veces el conocimiento, si bien durante breves periodos de tiempo.

.........

La sala del hospital para enfermos contagiosos es inmensa, y está completa. Dos filas de camas a ambos lados de un largo pasillo de cuarenta metros llenan toda la sala que ocupa la parte Este de la planta baja del Hospital de Marina. El silencio sólo es roto por los lamentos y las voces delirantes aquí y allá. Las tocas de ala ancha de las monjas que ayudan a los sanitarios y asisten a los enfermos se cruzan con las escasas enfermeras y con los médicos que intentan poner cuidados sintomáticos a los enfermos. Poco más que esto pueden hacer y mantenerlos aislados de forma antiséptica. La epidemia de paludismo recurrente provocada por el Almarjal y sus vertidos tiene saturado el hospital en principio pensado para soldados y convalecientes.

Caradoc yace de forma indiferenciada del resto en la segunda cama según se entra por la parte norte de la sala, a la izquierda. Un lienzo colgado de un soporte, a modo de baldaquino elemental, le aisla. El olor a salfumán lo invade todo. Por lo avanzado de su edad, en octubre cumple 59, que no siendo mucha ya ha mermado sus músculos y su tejido nervioso, hace que los esfínteres y la uretra no tengan la elasticidad y flexibilidad adecuadas. Las consecuencias de ello,  junto con el efecto de los antihistamínicos y el volumen de su próstata, poco cuidada, provocan pocos reflejos, cuando no incontinencia. No llega a tiempo muchas veces a la vacinilla, y los cuidados no son frecuentes y mucho menos oportunos. Todo contribuye a que, en general, tenga un estado de higiene lamentable. No es un caso aislado, las monjas y las enfermeras hacen lo que pueden, pero esas son las condiciones reinantes y así es realmente el azar lo que determina en un porcentaje muy alto el desenvolvimiento de las enfermedades y su desenlace. Aquí el azar se alterna con Dios en la evolución de los internos… Y en el desenlace de las estancias.

.......

Caradoc corre con la furia de un chico de 12 años por los pasillos de su planta en Eton. Es perseguido por Sammy [1] y cuatro o cinco de los de su clan. Todo ha sido por defender a Perce.

John los sorprendió en los baños gritando, amenazando y dando golpes en la cabeza y patada en todas partes a Perce.

- Fagot, you're a fag, and you have to suck our dick!! ... because that's the only thing you're worth.

La capa negra flota con la furia de la carrera y los pantalones anchos, tipo spongebag, parece que van a rasgarse con sus rodillas . Al doblar una esquina se encuentra de golpe con una pierna en la que tropieza y cae. Desde el suelo ve la mole inmensa de Gregor, el bedel, a quien conocen como Goalky[2] unos  y como Pupprey[3] otros.

- Ah little Carady, why are you running? you don't see that you are going to fall -  Pupprey está agachado sobre él, su afilada cara y sus ojos acerados están a escasos centímetros de los suyos.

- Es que me persiguen, quieren apalearme porque ellos… ¡Los he sorprendido abusando de Sheley!

- ¿Le persiguen? ¿quiénes le persiguen? Yo no veo a nadie - Sammy y los suyos han desaparecido - Me parece muy imaginativa su excusa. ¡imaginative, imaginative, imaginative! - Caradoc percibe la palabra como dos, y haciéndose grave según se hacerca al final, al tiempo que los rasgos de Pupprey se deforman, la angustia le invade. Se imagina al Dr. Thomas Arnold de sus lecturas de Tom Brown's School Days diciendo de forma engolada esa expresión como dos palabras  “imagine native, imagine native, imagine native,…” Y ve una sucesión de nativos negros bailando una danza tribal como ha oído contar a los militares coloniales amigos de su padre en las tenidas nocturnas de conversaciones y whiskies irlandeses, el auténtico uisce beatha, en casa. O al menos así lo imaginaba.

Un tremendo dolor de cabeza le invade.

- ¡Imagine native, imagine native, imagine native,… uisce beatha, uisce beatha, uisce beatha,…- las voces de Caradoc en inglés repitiendo las expresiones del sueño resuenan en el silencio de la noche en el recinto de la sala del Hospital de Marina.

En el sueño aparece por el pasillo la figura de su amigo y protector Eddy. “Qué bien este me va a ayudar”, piensa en el sueño Caradoc.

- Ah rascal, you got caught. Jerkies are being made, the jerk - Le dice mientras mira a Mr Gregor. Y se va por el pasillo. Caradoc se queda lívido ante la inesperada salida y empieza a gritar.

- No, Eddy, jerk no. Help me! Help me!!






[1] Sammy es Samuel Jones-Loyd, el banquero de la Banca Loyd. Éste como los personajes siguientes coincidieron en Eton con Caradoc, y tenían más o menos la misma edad. Dado lo exiguo de la matrícula de este elitista colegio es de suponer que convivieron e incluso entablaron una amistad del tipo de las que son características a estas edades y estas circunstancias.

Así Perce es Percy Bysshe Sheley, el celebérrimo poeta romántico inglés, casado con Lady Sheley y a cuyas tenidas tuvimos ocasión de ver cómo asistían Lord Howden y la princesa Bagration. Y Eddy es Edward Smith-Stanley, el XIV Conde de Derby, premier británico de 1858 a 59. Gracias a él, y a ser colega de Eton, condiscipulo, se arreglan las cosas de Caradoc en Inglaterra recuperando sus títulos, propiedades y riquezas, con las que construye la Torre Caradoc de Murcia primero y la de Bayona después, también hace que recupere el patrimonio de su padre, cuadros, alhajas, etc que vienen a Murcia.. Buena parte de ellas provienen de la venta de la mansión cerca de Leeds (se le conoce actualmente como Grimston Park. ) vendida en 1851. 

En la resolución de los temas económicos también interviene Samuel Loyd.


[2] De goalkeeper

[3] De puppy of prey.





Si aún no has leído la primera parte


El libro "Caradoc. Primera parte: Hacer cualquier cosa para conseguir el efecto deseado"  está disponible en Amazon y en la Librería Diego Marín de Murcia. Se distribuye en Internet


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Localizaciones e itinerarios.-

Para obtener itinerarios hemos tenido en cuenta el plano de Cartagena de José Exea y Pozuelo, en 1887, con acotaciones de A. Escribano Ruiz "Plano guía de Cartagena con sus reformactuales, en 1924, que sustancialmente respeta el trazado de Exea, el que a su vez por la proximidad a la fecha refleja el trazado y nombre de las calles en la época de Caradoc.

La versión de Escribano la hemos obtenido de la tesis

Salmerón, E. J. L. (2017). La creación de una ciudad: Evolución urbanística de Cartagena (Doctoral dissertation, Universitat d'Alacant-Universidad de Alicante). 
http://rua.ua.es/dspace/handle/10045/75357 y https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=113563








Y la de Exea la hemos obtenido del Archivo General Militar de Segovia


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