Playing with the feelings of every woman.
Imagen: Proyecto de portada de Caradoc II Parte.
Entre las preguntas que me hacen los
lectores me he encontrado ésta, de un dialogo en WhatsApp, que reproduzco:
Éste es un diálogo que pone de relieve, además de algún halago, siempre de agradecer por el habitualmente denostado y criticado autor, una fuerte crítica, mas allá del aparente rendibú. Se trata de dos cosas. Por un lado, de la percepción de un déficit y, por otro, de una apreciación muy valiosa: la consecución de un propósito, lo que significa reconocimiento, siempre grato para quien escribe.
Empecemos por las críticas. De entrada, para lo que dicen, he procurado enmendarlas en esta segunda parte.
La primera es que parece un trabajo de
investigación histórica. Es cierto. El afán de documentarme primero para
comprender todo, para ponerme en la piel de los protagonistas y en general de
los personajes, pero también por el miedo de autor primerizo a futuras críticas, que me acusen de falsear los hechos o cometer graves inexactitudes, sobre todo
en la precisión de las fechas, me ha llevado quizá a a un exceso de rigorismo que puede ser pesado para
el lector. Me corregiré.
La otra gran crítica, y en ella me voy a centrar en este prefacio, entre otras cosas porque ha sido comentada en reiteradas ocasiones, se produce cuando a lectora me felicita por el “excelente trabajo de investigación histórica”, para a continuación darme el palo de una forma elegante y sibilina preguntando si “la segunda parte tratará sobre Joaquina Plana”.
Está claro que en la primera parte se habla de nuestro personaje, y relativamente
bastante. El capítulo siete va dedicado a su vida en la Ermita del Rosario, de cómo
es tratada y de cómo se fuga a causa de la vida que lleva. Y el capítulo ocho está
dedicado íntegramente a nuestra protagonista, a su estancia en el café
cantante de Cartagena. Pero no se trata, y esto lo he comprobado aquí y en
otros sitios, de una crítica o de una queja por la no presencia de Joaquina,
sino por la poca presencia en comparación con las expectativas que inicialmente se ponen en ello. Quizá por ser
la coprotagonista al mismo nivel que Caradoc, al que se dedica prácticamente
todo, quizá por ser mujer y por la relevancia que se presume que tiene su influencia
en el contexto de la novela, de la trama, o simplemente por ser murciana.
A esta crítica hay que añadir la de los descendientes de Joaquina, que siguen las peripecias de la redacción y de la trama paso a paso en el grupo de Facebook , que también han manifestado justamente su impaciencia por ver en acción a su antepasada en la segunda parte.
No voy a negar la justeza de estas
percepciones. Pero hay que valorar la obra en su conjunto, la distribución de
los temas y el énfasis de papel de Caradoc en la primera, como preparación e introducción a la segunda. Donde , ahí sí, se da a Joaquina toda la relevancia que merece por su papel de redentora.
Así pues, es por eso justa y respetable la
crítica. La segunda y la tercera parte deben compensar este déficit de la
primera. Y así lo intentamos.
Hay una razón pues de fondo para que
la distribución de protagonismo sea así. A nadie de los lectores se le oculta
que hay una trama global: Caradoc es un hombre de mucha importancia en la política
, en la diplomacia y en general en el mundo tal como se desarrolla en el siglo
XIX, participa como protagonista en los hechos más relevantes: El bloqueo de la
Plata, las guerras napoleónicas y peninsulares con Wellington, el congreso de
Viena, la Revolución de España en 1856, a la que Carlos Marx analizaría como
equiparable y preludio de la Comuna de París, las Guerras del Norte, la
restauración de la monarquía tras la caída de Napoleón en Francia,… eso en lo
político, en lo económico y en lo social es un artífice de la revolución industrial,
de la implantación de la industria y de la minería apoyada por el vapor, del
ferrocarril y de la navegación también a vapor, y con ello del fluir de los
capitales y de las mercancías entre las regiones y países de Europa y de
América. Del auge de la banca financiera y de la participación popular en el
capitalismo.
Sin embargo a la hora de justificar lo pasado, a nadie que sepa del tema o que haya
leído la primera parte se le escapa que, como dijo Ficher a Lady
Holland, Carados era un lady-killer, lo que en el español de hoy
llamaríamos un depredador de mujeres. A las cuales seducía irresistiblemente
con sus artes, para lo que estaba especialmente dotado, con el fin de
utilizarlas para sus fines políticos y diplomáticos, o como medio para ellos.
Así lo hizo desde con Manuelita Rosas hasta con la propia reina de España
Isabel II.
En la trama global, en su
distribución he utilizado la primera parte para poner de relieve estos dos
hechos: La gran relevancia del Howden político, diplomático y militar por un lado
y el carácter instrumental que para él tenían las mujeres, campo en el que
destacaba como el primero de su época en su ámbito, que es como decir en el
mundo. A diferencia de Don Juan Tenorio, que seducía a las mujeres por vanidad,
Caradoc lo hacía como medio, las mujeres eran su instrumento de política y de
diplomacia.
Así pues, esta segunda parte tiene
como objetivo, y la tercera más aún, ofrecer el gran contraste que supone la
situación anterior a la desposesión de su cargo de embajador y a su empleo de
general, antes de su enfermedad, con lo que sucede posteriormente a ella. El
que sea, en esa situación de precariedad extrema y de enfermedad, precisamente
una mujer, murciana, que es como decir del rincón más olvidado de España, muy humilde, no solo de riqueza o de origen,
sino por su función social como animadora de cafés flamencos, quien le recupere, y sea
el asidero para emerger de nuevo. Pero esta vez con ella.
En lo sucesivo ya no será Caradoc el “lady-killer”, ni tan siquiera Caradoc a secas, serán Caradoc y Joaquina Plana. Como se
aprecia en la foto de Bayona, los señores del Chateau recibiendo una visita y posando en la escalera del palacio:
John Caradoc y Joaquina Plana en la escalera del Chateau Caradoc de Bayona recibiendo a unas visitas. Fuente: Bibliothèque de Bayonne, "Album de photos sur le Château Caradoc", con el título "Photographie sépia d'une famille sur les marches du château".
Por último, el lector podría
preguntarse cómo he llegado a estas conclusiones, al menos sobre el carácter de
Caradoc en relación con las mujeres de manera que llegue a justificar el subtítulo de esta
segunda parte del libro, donde se dice explícitamente que "se deleita todo lo que puede en jugar con los sentimientos de
cada mujer" (delights in playing with the feelings
of every woman).
Pues bien, en lo que sigue de este prefacio trataré de justificar cómo he
llegado a esa conclusión.
En primer lugar, ha sido a lo largo de los capítulos escritos y de la recopilación de materiales, leyendo biografías, documentos sobre su personalidad, relatos de hechos y cartas, como me he ido forjando la idea descrita antes sobre el perfil humano de John Hobart Caradoc, 2º Lord Howden.
En ello ha ocupado lugar preferente
todo lo que estuve indagando para el capítulo de Manuelita Rosas, y el
bloqueo de Buenos Aires, así como para el capítulo de Isabel II. Pero no
sólo eso, también hay documentos que no aparecen en la novela, ni son citados, y que ilustran sus
relaciones con su primera, auténtica y única esposa, Ekaterina Pavlovna
Skavronskya, Princesa de Bragation, sobrina nieta del Príncipe Potenkin, y
dieciséis años mayor que él.
En el primer caso la idea se ha producido viendo, para apreciar el personaje de Manuelita, además de otros documentos, dos testimonios gráficos, el daguerrotipo anónimo que se conserva de ella, en 1844, en el Archivo General de la Nación Argentina, y también en el retrato de Prilidiano Pueyrredón que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes. Para el caso de Caradoc, hay una gran proliferación de referencias pictoricas, pero entre ellas y para este fin quizá destaque sobre todo el retrato que acoge la galería del Phoenix Art Museum titulado Colonel Lord Howden, 1823. Con ello llegué a la conclusión de que se trataba de una seducción puesta al servicio de la diplomacia británica, pero de una seducción al fin y al cabo. Hay que decir que esta percepción entra incluso en contra y en conflicto con la hagiografía al uso argentina que, como no podría ser de otra forma, realzan la figura como patriota y como mujer de carácter de Manuelita. Sin embargoo no hace falta insistir aquí más en esa idea, todo está desarrollado en la primera parte de la novela y en el libro que le acompaña explicando los hechos y su contexto: Joaquina Plana, Lord Howden y la Torre Caradoc de Murcia (Temas de Caradoc, primera parte).
En el segundo caso, son el cuadro de Soldevila
y Trepat “La reina Isabel II y su esposo, visitando el monumento de Jueves
Santo en la iglesia de Santa María” y las cartas entre Lord
Howden como embajador y Palmerston, los que me ponen sobre la pista de las
relaciones entre nuestro personaje y la reina Isabel II.
Sin embargo, como es propio de una novela, todo lo he dejado como una ficción, que es compatible y está apoyada por unos mínimos hechos que son los que le dan carácter de verosimilitud en una inevitable complicidad con el lector.
Pero lo verdaderamente importante, lo que da las claves sobre el personaje de Caradoc, una vez que ponemos el teto en su justo sitio, es la carta de Fisher a Lady Hollan previniéndola sobre los peligros que acechan a su hija. De ahí la gran sorpresa y alegría que produjo su hallazgo a quien les habla. El documento se llama “The History of Parliament. CRADOCK, Hon. John Hobart (1799-1873)”. Se trata del artículo del Dr David R. Fisher dedicado al parlamentario, en 2009. Es un documento totalmente fiable que está archivado en los fondos documentales de la Cambridge University Press, la editorial académica de la Universidad. En él se pueden encontrar igualmente los enlaces normalizados académicamente a los documentos de referencia que justifican y avalan los textos que se presentan.
Usando la técnica biográfica, en el
artículo paladinamente se dice lo que reproduzco literalmente con la traducción
en la nota a pie de página[1]:
In 1824 he entered the diplomatic
service as an attaché at the Berlin embassy, and the following year he
transferred to Paris.5 It was there that
‘le beau Cradock’, whose good looks were legendary, made his reputation as
an irresistible lady-killer, for whom, as Charles Percy* put it, ‘Italians
drown themselves, Greeks stab, and Asiatics burn’. Henry Fox warned his
mother Lady Holland against Cradock, whom he then knew only by repute, in case
he paid suit to her daughter:
He is one of the vainest,
falsest, cleverest deceivers about the beau mondeand delights in playing
with the feelings of every woman he can make to like him and as he is
wonderfully well informed, naturally clever and extremely agreeable, besides
being very handsome, his task is not difficult.
Fox was subsequently disarmed by
Cradock, who was ‘so civil and so obliging that he wins even his foes’. His
real preference was for titled foreign ladies of a certain age.
La última frase es un dictamen
certero y cuadra con todo lo que he intentado exponer: Su verdadera
preferencia, cabría decir su especialidad, son las nobles damas
extranjeras de cierta edad. Con esto Fox define perfectamente a nuestro
personaje.
Confieso sinceramente que ha supuesto una gran satisfacción el encontrar validada en estos documentos la opinión que me forjé al indagar datos y hechos para elaborar los capítulos de la primera parte y en su redacción. De manera que, a más, espero que esta trama y esta línea argumental se vea particularmente reforzada en los capítulos de esta segunda parte, en los que el arrogante y poderoso Caradoc se vea en sus horas más bajas, en su periodo más aciago, y sea precisamente una mujer de la más baja condición, para su mayor aprendizaje vital y ejemplaridad, quien tenga que venir a rescatarlo.
[1] Traducción del autor
En 1824 entró en el servicio
diplomático como agregado en la embajada de Berlín, y al año siguiente se
trasladó a París. Fue allí donde el «beau » Cradock, cuya belleza era
legendaria, forjó su reputación de irresistible “lady-killer”, para quien, como
decía Charles Percy, «los italianos se ahogan, los griegos apuñalan y los
asiáticos queman». Henry Fox advirtió a su madre lady Holland
contra Cradock, a quien entonces sólo conocía por su reputación, en caso de que
él cortejara a su hija:
Es uno de los
engañadores más vanos, falsos e inteligentes del mundo y se deleita
todo lo que puede en jugar con los sentimientos de cada mujer para provocar
gustarle, y como está maravillosamente bien informado, es naturalmente listo y
sumamente agradable, además de ser muy guapo, su tarea no es difícil.
Fox fue posteriormente desarmado en
sus argumentos por Cradock, que era "tan civilizado y tan servicial que
gana incluso a sus enemigos". Su verdadera preferencia es por nobles
damas extranjeras de cierta edad.



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