Esta tarde
han venido los padres de Catherine. Han tomado chocolate con el señor Howden y
con Mdme. Joaquina. Luego han posado para
una sesión de fotos en la escalera de la fachada principal y en otros lugares del
Chateau.
Catherine
se ha mostrado cariñosa y como poseída de un sentido de protagonismo y
propiedad de la casa.
Desde
que llegaron a Bayona nuestros protagonistas y desde sus primeros contactos con
la comunidad de St Etiénne, donde al poco Joaquina empezó a actuar como
catequista, Catherine hizo amistad con ella. La invitaba con frecuencia a
casa, dado que echaba de menos el contacto con los niños desde que salió de Murcia.
En el gabinete, repasaban los recuerdos de España y le contaba historias de su país. Así también perfeccionaba su francés, del que rápidamente iba adquiriendo dominio.
A veces la muchacha acompañaba
a John por los jardines, en sus paseos y en sus tareas. Él le guardaba las primicias
del huerto. Para Caradoc la muchacha ejercía, por un lado, un tractivo propio de
una edad y de una condición absolutamente desconocidas, la de la
infancia y la adolescencia de las chicas, que nunca conoció. Nunca tuvo una
hija y ahora no tiene nietas. Y por otro, provocaba la curiosidad de cómo se iba
forjando el espíritu y el carácter de lo que con el tiempo sería una mujer. La niña no era
ajena a esa fascinación con la que a veces jugaba a provocar. Sabía que él no era
insensible a esa actitud. Y eso le gustaba. Estaba haciendo sus primeras armas
de mujer en un entorno no peligroso y amable. En conjunto, todo hacía que
anciano y niña se profesasen un especial sentimiento de cariño y, en lo que
respecta a ella, le otorgaba un especial poder: el de disponer, sin miedo a ser
corregida ni censurada, de acceso a las propiedades y a los objetos de la finca.
A veces para desesperación de jardineros y del personal de limpieza y de
mantenimiento que la veían como una niña caprichosa y mimada.

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