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Capítulo III.8 Bayonne y Catherine

 


La vida de Caradoc y Joaquina transcurre plácida entre su llegada en octubre de 1868 y la declaración de la enfermedad de él en enero de 1873. La mayor parte del tiempo la dedican a paseos y a tareas de mantenimiento de los jardines y viveros en el Chateau. Allí reciben a amigos y vecinos de la comunidad de Bayona, constituida por las fuerzas vivas, también a la gente de la cultura y a la de la comunidad parroquial de St Etiénne. Y, en un ambiente más reducido e íntimo, la pareja recibe en largas veladas a Madame Mathilde Obier o bien mantiene tenidas con su sobrino Emanuel Bocher y con amigos poetas, escritores, pintores que los ilustran con amenas charlas de mentes brillantes,… Más allá de ello, Caradoc actúa como mecenas comprando cuadros, financiando alguna edición de libros o montando exposiciones.
...

Esta tarde han venido los padres de Catherine. Han tomado chocolate con el señor Howden y con Mdme. Joaquina. Luego han posado para una sesión de fotos en la escalera de la fachada principal y en otros lugares del Chateau.

Catherine se ha mostrado cariñosa y como poseída de un sentido de protagonismo y propiedad de la casa.

Desde que llegaron a Bayona nuestros protagonistas y desde sus primeros contactos con la comunidad de St Etiénne, donde al poco Joaquina empezó a actuar como catequista, Catherine hizo amistad con ella. La invitaba con frecuencia a casa, dado que echaba de menos el contacto con los niños desde que salió de Murcia.

En el gabinete, repasaban los recuerdos de España y le contaba historias de su país. Así también perfeccionaba su francés, del que rápidamente iba adquiriendo dominio.

A veces la muchacha acompañaba a John por los jardines, en sus paseos y en sus tareas. Él le guardaba las primicias del huerto. Para Caradoc la muchacha ejercía, por un lado, un tractivo propio de una edad y de una condición absolutamente desconocidas, la de la infancia y la adolescencia de las chicas, que nunca conoció. Nunca tuvo una hija y ahora no tiene nietas. Y por otro, provocaba la curiosidad de cómo se iba forjando el espíritu y el carácter de lo que con el tiempo sería una mujer. La niña no era ajena a esa fascinación con la que a veces jugaba a provocar. Sabía que él no era insensible a esa actitud. Y eso le gustaba. Estaba haciendo sus primeras armas de mujer en un entorno no peligroso y amable. En conjunto, todo hacía que anciano y niña se profesasen un especial sentimiento de cariño y, en lo que respecta a ella, le otorgaba un especial poder: el de disponer, sin miedo a ser corregida ni censurada, de acceso a las propiedades y a los objetos de la finca. A veces para desesperación de jardineros y del personal de limpieza y de mantenimiento que la veían como una niña caprichosa y mimada.







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