Es una
mañana de junio de 1870, en particular la del domingo día 19. Como tiene por costumbre
en esa época, si hace buen tiempo, Caradoc desayuna en la
explanada que hay frente a la fachada norte. Es un lugar protegido de las previsibles, en esa época, brisas del Atlántico. Las alas del Chateau que lo rodean lo
impiden. Esa mañana toma té con tostadas y mermelada de frambuesa. Al poco se
incorpora Joaquina. Viene de misa. Ha comulgado y ayunado. Ella tomará algo más
fuerte. Un tazón de leche y torrijas.
− Anoche
no oíste nada ¿verdad? −comenta John− Pues tuvimos visita. Vino Emmanuel, Con
alguien. Te lo digo para que no te sorprendas si ahora se incorporan. Han
pasado la noche en la otra ala, en el dormitorio principal de invitados.
−Pues
no, realmente no oí nada. Sabes que madrugo y me despierto temprano. Fu a misa
de ocho en St. Eténne. Jean me llevó en el coche.
Poco
después se incorpora Emmanuel.
− Hola, espero
que no os hayamos molestado esta noche. Abrí con la llave que dispongo. Vine
acompañado. Ya os la presentaré. Agradezco vuestra benevolencia y discreción.
Ella es un ángel, ya la conoceréis. Ni os podéis imaginar quién es. Pero bueno
sigamos desayunando si se incorpora os la presento, y si no, durante el resto
de la mañana… o del día.
− Nos
tienes en ascuas, por lo demás sabes que cuentas con toda nuestra comprensión −Interviene
Joaquina – sabemos lo mal que lo estás pasando y que necesitas a alguien que te
comprenda y que te cuide. Que sientes la cabeza, vamos – dice concluyendo con
una abierta carcajada.
− Pues
eso exactamente no sé si va a suceder, querida tía −así la llamaba−, pero sin
saber seguro lo que va a suceder, te afirmo que en este momento soy muy feliz.
Después ya veremos. Se aproximan malos tiempos. Nadie sabe que va a pasar. Una
guerra, con todo lo que lleva consigo, es inminente. El emperador está lanzado
tras lo de Crimea. La hegemonía se juega. Hay un gran descontento por las
cuestiones económicas, y un conflicto de ese tipo, removiendo la vena
patriótica, es una forma de galvanizar al pueblo y que ponga la atención en
ella. Por otra parte, Bismark no sabemos lo fuerte que es, pero nuestro país
después de lo de México ha dejado ver sus debilidades y seguro que las eternas
reivindicaciones y un supuesto trato injusto es lo que va a alegar cuando se
vea agredido. En definitiva, es posible que me vea movilizado, para eso soy
militar y en una guerra, la muerte y la desgracia siempre es un jugador con
buenas cartas. Por eso carpe diem …
En esto
aparece envuelta en gasas como un ángel, quien hasta hace unas semanas ha
revolucionado el mundo del arte con su papel del trovador Zanetto en Le Passant
de François Coppée.
− Queridos tíos os presento a Henriette
Rosine, más conocida por Sarah Bernhardt.
− Ooooh!
– exclama totalmente sorprendida Joaquina.
Ambos se
deshacen en expresiones elogiosas y de bienvenida.
− Muchas
gracias. Emmanuel se ha quedado corto en la descripción que me ha hecho de
ustedes. Él les quiere muchísimo. Son sus mentores y su ejemplo. El espejo
moral y de virtudes donde se mira. −responde con su fascinante expresión y con
una voz que deslumbró al mismísimo Victor Hugo[1]− La verdad es que él ha sido muy gentil.
Nos conocimos hace una semana. Yo estoy deshecha. El ambiente de París se hace
más y más cada día irrespirable. Los estrenos y representaciones de Le Passant
primero y sobre todo, ahora recientemente,
de L'Autre de George Sand,
en el papel de Hélène de Mérangis, como premiere,
me han dejado muerta. Una comedia en cuatro actos y prólogo, que he tenido que
aprender y preparar apenas en dos meses Y nada menos que representada en el
Théâtre de l'Odéon. El 25 de febrero la estrenamos y desde entonces hasta ahora…
Continúan
hablando de la situación política y social en Francia y en París, del malestar
por la carestia y la escasez debido a las crisis coloniales y de comercio. De
las amistades de Sarah, por quienes preguntan interesados Joaquina y John. Sobre
las personalidades y las manías de Victor Hugo, de Gustave Doré, de Alejandro
Dumas, y por supuesto de George Sand y de Chopin. Para ellos es una fortuna
poder acceder a la vida de estos personajes de primera mano. John se empeña en
que Joaquina se intereses y se empape, cosa que por lo demás no hace falta. La
murciana a estas alturas ha adquirido bastante dominio en estas situaciones y
en estas costumbres de la para ella libertina Francia. Así transcurre la
mañana.
Las palabras de Emmanuel y de Sarah son
premonitorias, es 19 de junio de 1870. El día 19 julio 1870, apenas un
mes después, se declara la Guerra Franco Prusiana que duraría hasta mayo del
año siguiente. En su seno se desarrollaría el episodio de la Comuna de París, casi
al final, del 18 marzo a 28 mayo 1871.
En este
aciago escenario Sarah atraviesa las líneas del frente saliendo del Paris
cercado en un tren, con un salvoconducto de las autoridades alemanas, según
señala en sus memorias My Double Life: The Memoirs of Sarah Bernhardt.
Allí mantiene una conversación con su guía y protector, un oficial alemán
invalido, que le habla de Emmanuel. Estas son sus palabras y sus recuerdos[2]:
“Al
llegar a su oficina nos hizo sentar en una mesita, sobre la cual se colocaron
cuchillos y tenedores para dos personas. Eran entonces las tres de la
tarde y no habíamos tomado nada, ni siquiera una gota de agua, desde la noche
anterior. Me conmovió mucho esta consideración, e hicimos honor a la
comida muy sencilla pero refrescante que nos ofreció el joven oficial.
Mientras almorzábamos lo miré cuando él no me notaba. Era
muy joven y su rostro mostraba huellas de sufrimiento reciente. Sentí una
ternura compasiva por este desdichado, que quedó lisiado de por vida, y mi odio
por la guerra aumentó aún más.
De repente me dijo, en un francés bastante malo: “Creo que
puedo darte noticias de uno de tus amigos”.
"¿Cúal es su nombre?" Pregunté.
“Emmanuel Bocher”.
“Oh, sí, ciertamente es un gran amigo mío. ¿Como está?"
“Todavía preso, pero está muy bien”.
“Pero creía que lo habían liberado”, dije.
“Algunos de los que habían sido llevados con él fueron puestos
en libertad, dando su palabra de no volver a tomar las armas contra nosotros,
pero él se negó a dar su palabra”.
“¡Oh, el valiente soldado!” exclamé, a pesar de mí misma.
El joven alemán me miró con sus ojos claros y tristes.
“Sí”, dijo simplemente, “¡el valiente soldado!”
[1]
Victor Hugo era un ferviente
admirador de Bernhardt, alabando su «voz de oro». Al describir su actuación en
su obra de teatro, Ruy Blas en 1872, escribió
en sus Carnets: «¡Es la primera vez que esta obra realmente se representa! Ella
es mejor que una actriz, es una mujer. Es adorable, es mejor que hermosa, tiene
movimientos armoniosos y miradas de seducción irresistible». https://es.wikipedia.org/wiki/Sarah_Bernhardt y Sarah
Bernhardt : madame "Quand même"
by Tierchant,
Hélène https://archive.org/details/sarahbernhardtma0000tier
[2] On arriving in his office
he gave us seats at a little table, upon which knives and forks were placed for
two persons. It was then three o’clock in the afternoon, and we had had
nothing, not even a drop of water, since the evening before. I was very much touched
by this thoughtfulness, and we did honour to the very simple but refreshing
meal offered us by the young officer.
Whilst we lunched I looked at him when he
was not noticing me. He was very young, and his face bore traces of recent
suffering. I felt a compassionate tenderness for this unfortunate man, who was
crippled for life, and my hatred for war increased still more.
He suddenly said to me, in rather bad
French, “I think I can give you news of one of your friends.”
“What is his name?” I asked.
“Emmanuel Bocher.”
“Oh yes, he is certainly a great friend of
mine. How is he?”
“He is still a prisoner, but he is very
well.”
“But I thought he had been released,” I
said.
“Some of those who were taken with him
were released, on 192giving their word never to take up arms against us again, but he refused
to give his word.”
“Oh, the brave soldier!” I exclaimed, in
spite of myself.
The young German looked at me with his
clear sad eyes.
“Yes,” he said simply, “the brave
soldier!”

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