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Sarah Bernhardt en Bayona, con Joaquina y Caradoc. Capítulo III.8

 

Fuente de la imagen: W. y D. Downey - Biblioteca Digital MundialTarjeta postal. Sarah Bernhardt como el joven trovador Zanetto en Le Passant (1869) de François CoppéeDetalles del permiso: Contribuido a la Biblioteca Digital Mundial por Bibliothèque nationale de France.

 

 

Es una mañana de junio de 1870, en particular la del domingo día 19. Como tiene por costumbre en esa época, si hace buen tiempo, Caradoc desayuna en la explanada que hay frente a la fachada norte. Es un lugar protegido de las previsibles, en esa época, brisas del Atlántico. Las alas del Chateau que lo rodean lo impiden. Esa mañana toma té con tostadas y mermelada de frambuesa. Al poco se incorpora Joaquina. Viene de misa. Ha comulgado y ayunado. Ella tomará algo más fuerte. Un tazón de leche y torrijas.

− Anoche no oíste nada ¿verdad? −comenta John− Pues tuvimos visita. Vino Emmanuel, Con alguien. Te lo digo para que no te sorprendas si ahora se incorporan. Han pasado la noche en la otra ala, en el dormitorio principal de invitados.

−Pues no, realmente no oí nada. Sabes que madrugo y me despierto temprano. Fu a misa de ocho en St. Eténne. Jean me llevó en el coche.

Poco después se incorpora Emmanuel.

− Hola, espero que no os hayamos molestado esta noche. Abrí con la llave que dispongo. Vine acompañado. Ya os la presentaré. Agradezco vuestra benevolencia y discreción. Ella es un ángel, ya la conoceréis. Ni os podéis imaginar quién es. Pero bueno sigamos desayunando si se incorpora os la presento, y si no, durante el resto de la mañana… o del día.

− Nos tienes en ascuas, por lo demás sabes que cuentas con toda nuestra comprensión −Interviene Joaquina – sabemos lo mal que lo estás pasando y que necesitas a alguien que te comprenda y que te cuide. Que sientes la cabeza, vamos – dice concluyendo con una abierta carcajada.

− Pues eso exactamente no sé si va a suceder, querida tía −así la llamaba−, pero sin saber seguro lo que va a suceder, te afirmo que en este momento soy muy feliz. Después ya veremos. Se aproximan malos tiempos. Nadie sabe que va a pasar. Una guerra, con todo lo que lleva consigo, es inminente. El emperador está lanzado tras lo de Crimea. La hegemonía se juega. Hay un gran descontento por las cuestiones económicas, y un conflicto de ese tipo, removiendo la vena patriótica, es una forma de galvanizar al pueblo y que ponga la atención en ella. Por otra parte, Bismark no sabemos lo fuerte que es, pero nuestro país después de lo de México ha dejado ver sus debilidades y seguro que las eternas reivindicaciones y un supuesto trato injusto es lo que va a alegar cuando se vea agredido. En definitiva, es posible que me vea movilizado, para eso soy militar y en una guerra, la muerte y la desgracia siempre es un jugador con buenas cartas. Por eso carpe diem

En esto aparece envuelta en gasas como un ángel, quien hasta hace unas semanas ha revolucionado el mundo del arte con su papel del trovador Zanetto en Le Passant de François Coppée.

Queridos tíos os presento a Henriette Rosine, más conocida por Sarah Bernhardt.

− Ooooh! – exclama totalmente sorprendida Joaquina.

Ambos se deshacen en expresiones elogiosas y de bienvenida.

− Muchas gracias. Emmanuel se ha quedado corto en la descripción que me ha hecho de ustedes. Él les quiere muchísimo. Son sus mentores y su ejemplo. El espejo moral y de virtudes donde se mira. −responde con su fascinante expresión y con una voz que deslumbró al mismísimo Victor Hugo[1]− La verdad es que él ha sido muy gentil. Nos conocimos hace una semana. Yo estoy deshecha. El ambiente de París se hace más y más cada día irrespirable. Los estrenos y representaciones de Le Passant primero y sobre todo, ahora recientemente,  de L'Autre de George Sand, en el papel de Hélène de Mérangis,  como premiere, me han dejado muerta. Una comedia en cuatro actos y prólogo, que he tenido que aprender y preparar apenas en dos meses Y nada menos que representada en el Théâtre de l'Odéon. El 25 de febrero la estrenamos y desde entonces hasta ahora… 

Continúan hablando de la situación política y social en Francia y en París, del malestar por la carestia y la escasez debido a las crisis coloniales y de comercio. De las amistades de Sarah, por quienes preguntan interesados Joaquina y John. Sobre las personalidades y las manías de Victor Hugo, de Gustave Doré, de Alejandro Dumas, y por supuesto de George Sand y de Chopin. Para ellos es una fortuna poder acceder a la vida de estos personajes de primera mano. John se empeña en que Joaquina se intereses y se empape, cosa que por lo demás no hace falta. La murciana a estas alturas ha adquirido bastante dominio en estas situaciones y en estas costumbres de la para ella libertina Francia. Así transcurre la mañana.

Las palabras de Emmanuel y de Sarah son premonitorias, es 19 de junio de 1870. El día 19 julio 1870, apenas un mes después, se declara la Guerra Franco Prusiana que duraría hasta mayo del año siguiente. En su seno se desarrollaría el episodio de la Comuna de París, casi al final, del 18 marzo a 28 mayo 1871.

En este aciago escenario Sarah atraviesa las líneas del frente saliendo del Paris cercado en un tren, con un salvoconducto de las autoridades alemanas, según señala en sus memorias My Double Life: The Memoirs of Sarah Bernhardt. Allí mantiene una conversación con su guía y protector, un oficial alemán invalido, que le habla de Emmanuel. Estas son sus palabras y sus recuerdos[2]:

 

“Al llegar a su oficina nos hizo sentar en una mesita, sobre la cual se colocaron cuchillos y tenedores para dos personas. Eran entonces las tres de la tarde y no habíamos tomado nada, ni siquiera una gota de agua, desde la noche anterior. Me conmovió mucho esta consideración, e hicimos honor a la comida muy sencilla pero refrescante que nos ofreció el joven oficial.

Mientras almorzábamos lo miré cuando él no me notaba. Era muy joven y su rostro mostraba huellas de sufrimiento reciente. Sentí una ternura compasiva por este desdichado, que quedó lisiado de por vida, y mi odio por la guerra aumentó aún más.

De repente me dijo, en un francés bastante malo: “Creo que puedo darte noticias de uno de tus amigos”.

"¿Cúal es su nombre?" Pregunté.

“Emmanuel Bocher”.

“Oh, sí, ciertamente es un gran amigo mío. ¿Como está?"

“Todavía preso, pero está muy bien”.

“Pero creía que lo habían liberado”, dije.

“Algunos de los que habían sido llevados con él fueron puestos en libertad, dando su palabra de no volver a tomar las armas contra nosotros, pero él se negó a dar su palabra”.

“¡Oh, el valiente soldado!” exclamé, a pesar de mí misma.

El joven alemán me miró con sus ojos claros y tristes.

“Sí”, dijo simplemente, “¡el valiente soldado!”



 



[1] Victor Hugo era un ferviente admirador de Bernhardt, alabando su «voz de oro». Al describir su actuación en su obra de teatro, Ruy Blas en 1872, escribió en sus Carnets: «¡Es la primera vez que esta obra realmente se representa! Ella es mejor que una actriz, es una mujer. Es adorable, es mejor que hermosa, tiene movimientos armoniosos y miradas de seducción irresistible».  https://es.wikipedia.org/wiki/Sarah_Bernhardt y Sarah Bernhardt : madame "Quand même" by Tierchant, Hélène https://archive.org/details/sarahbernhardtma0000tier

[2] On arriving in his office he gave us seats at a little table, upon which knives and forks were placed for two persons. It was then three o’clock in the afternoon, and we had had nothing, not even a drop of water, since the evening before. I was very much touched by this thoughtfulness, and we did honour to the very simple but refreshing meal offered us by the young officer.

Whilst we lunched I looked at him when he was not noticing me. He was very young, and his face bore traces of recent suffering. I felt a compassionate tenderness for this unfortunate man, who was crippled for life, and my hatred for war increased still more.

He suddenly said to me, in rather bad French, “I think I can give you news of one of your friends.”

“What is his name?” I asked.

“Emmanuel Bocher.”

“Oh yes, he is certainly a great friend of mine. How is he?”

“He is still a prisoner, but he is very well.”

“But I thought he had been released,” I said.

“Some of those who were taken with him were released, on 192giving their word never to take up arms against us again, but he refused to give his word.”

“Oh, the brave soldier!” I exclaimed, in spite of myself.

The young German looked at me with his clear sad eyes.

“Yes,” he said simply, “the brave soldier!”

 

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