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Capítulo 2 (fragmento).- Noviembre de 1977




El libro Caradoc está disponible en Amazon, se distribuye en Internet y en librerías. A partir de ahora, para no crear duplicidades con la versión completa, sólo publicaré en este blog, y en los demás de este proyecto, aquellos fragmentos que crea más interesantes, o que guarden alguna unidad.


Es una mañana, casi madrugada, de un frío y húmero día de Noviembre, Juan García Torres,  que no ha dormido en toda la noche, corre todo lo que le da de sí su ciclomotor Derbi, viejo y trucado a escape libre, por la Ronda Oeste. La velocidad no es mucha, unos 60 kilómetros por hora, pero el armazón del ciclomotor cascado, con las ruedas desequilibradas, el motor suelto y el chasis mal encajado, junto con los fallos intermitentes del carburador debido a una bujía en mal estado, hacen que la sensación de velocidad corra pareja con la certeza del riesgo. El estómago vacío junto con la media docena de porros consumidos en las últimas 36 horas no contribuye a mejorar las cosas.
A esa hora, las seis y media nadie circula por la autovía. Entre sus nebulosas Juan recuerda lo acaecido en los últimos cinco años y la última discusión tenida la pasada noche con Juan Pérez en su chalet de La Alberca. “El chulo putas éste, qué se habrá creído. Va a saber quién soy yo. Me va a dar el cuadro aunque sea lo último que haga en su vida”. Piensa, mientras aprieta con fuerza la navaja de muelle, de un palmo de hoja, que guarda en el bolsillo canguro de su sudadera, y que ha sido su compañera. La que le ha ayudado a zanjar algunos de sus más enrevesados problemas. Problemas que, en su caso, todo lo más consistían en que le entregaran en condiciones el costo ya pagado.
Desde hace más de cinco años vivía en una casa medio abandonada, en régimen de algo parecido a alquiler, a la que era su anterior habitante: una mujer mayor de Aljucer, viuda de un huertano. Era la típica vivienda de terrado de tierra lágena tan frecuentes en esta zona. Situada en un carril que partía del Camino de Los Muertos. La distribución era la propia de estos casos: Entrada y comedor con sendos dormitorios a los lados del salón y otro a un lado de la entrada, que así se llama en la huerta al vestíbulo. Al otro lado daba a la cocina. Y detrás de la casa, en un lateral con acceso independiente, estaba lo que había sido la cuadra, precedida de un porche que en su tiempo sirvió para la cría de aves y conejos, para almacén de pienso, y tenada.
Vivía con Genny, así la llamaban como un diminutivo inventado a partir de lo que la fonética murciana había hecho con su nombre original Eugenia. La pobre estaba mal también, entró en crisis por la incomprensión de sus padres, funcionario él, maestra ella, y el abandono consiguiente de sus estudios. Estaba en tercero de Psicología pero le quedaban las matemáticas, que así llamaban a la Psicometría y a la Estadística,  de Primero. De esta forma se conocieron en Madrid, cuando ella todavía estudiaba y él vivía con Susan, su madre, en un piso alquilado de Hortaleza.
La dueña, ante la frecuencia de los impagos los había amenazado con echarlos en reiteradas ocasiones, pero la verdad es que no tenía fuerzas ni medios para hacerlo. La última vez había sido más seria la cosa. Un vecino le había dicho que andaban comprando solares para hacer dúplex. Habían recalificado algunas zonas de esa parte de la huerta, entre Aljucer y San Ginés. Posiblemente eso le diese una oportunidad para deshacerse de tan poco rentables inquilinos.
Recordaba Juan cómo en sus ratos de melancolía y lucidez visitaba la cuadra abandonada y tras los sacos, las seras vacías y los haces de hierba seca, que ya ningún animal comería, estaba oculto su tesoro, su gran fetiche y al mismo tiempo su único y principal patrimonio. El cuadro que tras la muerte de su padre había recogido de la casa junto con las pertenencias a las que atribuía algún valor, sean por lo que percibía de ellas como sucedía en este caso, sea por su valor manifiesto y muy pocas veces por un valor sentimental.
La visión del cuadro le proporcionaba una sensación distinta a cualquier otra. Intuía que entraba en otro mundo, al que por azares de la vida y del devenir de los acontecimientos estaba vinculado. No tenía que ver nada con las visiones y con las sensaciones que le proporcionaba la coca o el hachís, a los que recurría con frecuencia. Le ponía furioso establecer tal comparación, aunque fuese inconsciente. La visión de la casaca de color rojo escarlata, de las charreteras doradas, de las cruces y entorchados. Poseer el testimonio único de alguien que, en el contexto de un imperio tan importante como para dominar el mundo, tuviese el poder de encargar a un pintor, que había sido la cumbre de los retratistas, en un momento de tanto esplendor, que perpetuase su imagen… era algo que contrastaba de forma radical con su realidad cotidiana. Si apartaba  un ángulo de centésima de grado su vista, entraban en escena la cuadra, los viejos arreos de las caballerías, las gamellas de los cerdos fuera de uso,… Sin embargo el tiempo y su vida no se habían acabado, nada era irreversible. Algo, no sabía muy bien qué ni cuándo, sucedería que pondría las cosas en su sitio. No hacía tanto su tatarabuela partiendo casi de la nada, gracias a saber jugar con su patrimonio, y con sus recursos personales, llegó a ser una personalidad de renombre e influencia en la Murcia de su época sobre los que tenían estirpe.

Un pálpito, una intuición, cuyo enlace y materialidad estaban en el cuadro le hacían presagiar  que sucedería así. Los rasgos faciales del primer Lord Howden le hacían ver que existía un vínculo común.

En este caso la intuición venía precedida, tenía su origen, en sus visiones de niño, que aún recordaba, de su tío abuelo Christian Franzen, a quien consideraban casi como un dios en la familia, por su reputación como fotógrafo y por su cercanía al Rey de España. Que él reforzaba mostrando como evidencia sus fotografías del cuadro, con alarde de su valor artístico. Valor que ponía ncluso sobre  las del propio cuadro y las del pintor que lo hizo, cuyo nombre, Juan había llegado a olvidar. Le habían dicho que las fotos de su tío abuelo estaban en la National Gallery. Pero él tenía algo mejor, tenía el original: El retrato. Podría cambiar su destino vendiéndolo  ¿Cuánto podría valer si era valorado adecuadamente? Pero… ¿era él capaz de gestionar ese asunto, de tener las cautelas y organizar estrategias adecuadas? Tendría que andar con mucho cuidado. Ese era un mundo que sospechaba lleno de peligros y de amenazas. ¿De quién se podría fiar, y de quién no? Igual podría desencadenar algo que no pudiese controlar, y que sospechaba muy peligroso. No sabía qué hacer donde guardar el cuadro, y en quién confiar.
(...)


El impacto es inevitable y tremendamente violento. El motorista, sin casco ni otra protección, es arrebatado por la fuerza del chasis de la moto, salta por la parte izquierda del capó del coche y al caer impacta con la cabeza en el asfalto. Pero no concluye ahí, la inercia aún lo desplaza un par de metros hasta chocar de forma seca contra el poste de la señal de dirección obligatoria, justamente con la parte lumbar de la columna vertebral.
Eso es lo que después certificará el informe médico: fallecimiento por traumatismo craneal y de la columna vertebral  a la altura de tercera y cuarta lumbares.
El bar Alias permanece abierto desde bien temprano, es habitual que la gente, los tajos de albañiles o personas  que trabajan en el campo queden allí como punto de partida para seguir juntos en las furgonetas de las empresas. Desayunan o toman un Belmonte para calentar el cuerpo.
Ángel el conductor del Chrysler 180, tras lo que parece un accidente entra al bar y pide una ficha para el teléfono. Llama a la Policía Municipal para para que vengan los de Atestados y dar la cara, tras dejar el coche inmovilizado. Algunos que han oído el estrépito, salen y señalizan la zona para impedir algún accidente más. Tapan el cuerpo con una manta. Al poco  se persona la Policía Municipal, la sección de Informes y Atestados, también acuden a levantar el cadáver el secretario del juzgado, primero, y el juez después. La policía toma datos de  las circunstancias y declaraciones a posibles testigos y a Ángel, que avisa a su seguro y al abogado. En fin todo transcurre como es lo habitual en estos casos.
(...)

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